Antígona, hija de Edipo, antiguo regente de Tebas. Sus hermanos habían heredado la dirección de la ciudad de la siguiente manera: reinaban cada temporada uno de ellos. Pero... ¿qué es lo que tendrá el poder que en el turno de gobierno de Eteocles -así se llamaba uno de ellos- mandó a Polinices -que así, efectivamente, se llamaba el segundo- al destierro? Este último, clamando ante tal injusticia, reclutó a unos cuantos héroes ávidos de notoriedad y se presentó ante la ciudad de las siete puertas reclamando lo que en justicia le parecía suyo. La confrontación no se hizo esperar y, en el fragor de la batalla, se encontraron frente a frente los -dos infortunados que, de un solo padre y de una sola madre nacidos, disponiendo uno contra el otro de lanzas de doble victoria, tienen ambos común muerte-.
Ante este mutuo fratricidio la ciudad queda sin regente. Mas, en breve tiempo -y así suele suceder-, apareció un familiar que obtuvo el tan ansiado como fatídico trono. Respondía al nombre de Creonte, el cual, teniendo gran estima al suelo patrio y a su ley, no dudó en dar honores al defensor y castigar y deshonrar al agresor dejándole -privado de lamentos, de sepultura; como dulce tesoro para las aves de rapiña.
El corazón de Antígona entonces arde y se rebela ante las leyes de la ciudad, anteponiendo lo que ella considera el deber de cualquier hermano: dar honores y sepultura a los familiares y decantantarse por las leyes naturales, muchas veces tan alejadas de las normas sociales.