Jack London nos arrebata de nuestra cómoda cotidianidad para instalarnos en medio de un ambiente extraño e inclemente. Mientras leemos los cuentos sentados en un sillón o acostados en un parque, allá, en el libro, los personajes libran una batalla para sobrevivir en las frías tierras al este de Alaska. Aquí, donde nos es fácil buscar refugio para la lluvia; allá, toda armonía preestablecida entre la naturaleza y el hombre desaparece. Aquí, donde todos los días se podan árboles y se domestican animales; allá, el entorno natural es un monstruo hostil. Y es en ese intervalo, en ese puente por el cual transitamos hacía allá, hacia el cuento, reconocemos el total secuestro de nuestros sentidos por parte de este autor.
En Amor a la vida , más allá del relato de la aventura de un hombre que sobrevive, London nos habla sobre el instinto salvaje y de supervivencia que está en nosotros adormecido por la molicie de la rutina, presto a salir si la situación lo exige. Es este instinto el que empuja a Bill a abandonar a su compañero y el que lleva al hombre abandonado, a enfrentarse al lobo con sus mismos medios.