Las cosas en sí no las conocemos, pero, en cambio, somos muy sensibles a su posición. Así, al leer los cantos de Dante recibimos los partes de guerra del campo de operaciones militares y por ellos adivinamos la lucha de los sonidos de la sinfonía de la guerra, aunque cada parte pueda alterar por sí mismo la posición de las banderitas estratégicas o mostrar algunos cambios en el timbre de los cañonazos.
De esta forma, una cosa surge como el todo resultante de un único impulso diferenciador que la traspasa. Ni un solo instante se parece a sí misma. Si un físico, tras desintegrar el núcleo de un átomo, quisiera unirlo de nuevo, se parecería entonces a los partidarios de la poesía descriptiva y explicativa, para quienes Dante será siempre el terror y la peste.
Si aprendiéramos a oír a Dante, oiríamos la maduración del clarinete y el trombón, oiríamos la conversión en violín de la viola y la dilatación de los pistones de la corneta.